Durante décadas, el equilibrio en la vida ha sido un problema enorme en nuestra sociedad. Aun ahora, en una época en la cual la mayoría de nosotros nos conectamos más rápidamente con lo que más importa, sigue habiendo un abismo, a veces un vacío enorme, entre aquello que reconocemos como lo más importante y la manera como invertimos, en la práctica, nuestro tiempo y nuestro dinero.

Si desea darse una idea de cuán grande puede ser ese abismo en su propia vida, tómese un minuto para mirar su agenda, su chequera o el estado de su tarjeta de crédito. Vea en qué ha gastado su tiempo y su dinero durante las últimas semanas. ¿Esas decisiones de gasto reflejan realmente las cosas que más le importan?

Infortunadamente, en el caso de muchas personas, la respuesta a esa pregunta es “No”. Y las consecuencias en su vida son evidentes.

En nuestro trabajo hemos visto ejecutivos notables que han ascendido por los peldaños del éxito dejando tras de sí matrimonios deshechos e hijos que ni siquiera les dan la hora, y otros que consideran tener su atención puesta en la familia pero no logran salir de la mediocridad en el trabajo. Hemos visto padres que se sienten culpables por no poder asistir a los partidos de sus hijos a causa de las reuniones de trabajo… y otros que se sienten culpables porque no asisten a las reuniones por estar acompañando a sus hijos.

Hemos visto mujeres que han dejado el hogar por tener una carrera y que se sienten culpables por no estar con sus hijos… y otras que han abandonado el trabajo para estar con sus hijos y sienten que nadie reconoce, aprecia o aprovecha sus talentos y capacidades. Hemos visto parejas que trabajan y son como dos barcos que se cruzan en la oscuridad y sufren en su relación al tratar de decidir quién debe lavar los platos, sacar la basura y cambiar los pañales en esta nueva sociedad de dos padres trabajadores.

Hemos visto parejas que pasan de la emoción por el nacimiento de un hijo a una desesperación profunda por el hecho de tener que continuar trabajando para mantener su nivel de vida. Hemos visto padres y madres solteros que se sienten morir bajo el peso de tener que ser madre y padre a la vez, generar ingresos y, al mismo tiempo, seguir siendo seres humanos racionales. Hemos visto personas que ansían con el alma poder pasar más tiempo con sus familias o contribuir de manera más significativa a la sociedad, pero cuyo tiempo y energía están al servicio de unas deudas enormes, de sus hábitos y de unos estilos de vida que les impiden hacer realidad esos deseos. Hemos visto otras personas que “dicen” valorar cosas como la solidez de la familia y la independencia económica, pero salen a gastar desordenadamente, incurriendo en grandes deudas y lastimando, de paso, sus relaciones.

Después de años de explorar estos problemas intensos y a veces apremiantes del equilibrio en la vida, hemos visto que, cada vez más, el trabajo, la familia, el dinero y el tiempo no son aspectos aislados en los cuales las personas puedan lograr mejoras graduales y cosechar grandes éxitos. Son en realidad elementos esenciales de un sistema altamente complejo e interrelacionado. Y si bien hay hechos como la recesión económica o la amenaza de la guerra, que pueden provocar una oscilación del péndulo, llevándonos a concentrar nuestra atención en uno u otro elemento, la historia y nuestra propia experiencia nos llevan a consolidar la noción de que el trabajo, la familia, el dinero y el tiempo son todos importantes y no es posible tener una vida de calidad sin alcanzar el éxito razonable en cada uno de esos campos vitales.

EN ESENCIA…

El trabajo importa. El trabajo es mucho más que un empleo o una carrera. Es un principio fundamental que dignifica la vida. Es el medio por el cual nos sostenemos y sostenemos a nuestra familia. También es la forma de expresar nuestro amor, de contribuir y de nutrir nuestra esencia divina y creadora.

La familia importa. La familia es el principio fundamental de la felicidad personal y de una sociedad que se regenera y se renueva. El “éxito” más importante es el que alcanzamos en el hogar, y mejorar cada generación es la mejor manera de contribuir a la sociedad en su conjunto.

El tiempo importa. El tiempo es el lenguaje del valor, la moneda del equilibrio en la vida. Podemos hablar y soñar todo lo que deseemos pero, en últimas, la diferencia está en lo que hagamos o dejemos de hacer cada día. La manera de utilizar nuestro tiempo refleja nuestra capacidad para concentrar la atención en las cosas prioritarias y hacerlas realidad. Es la vara con la cual medimos nuestra capacidad para reflejar lo que más importa a la hora de tomar las decisiones de todos los días.

El dinero importa. El dinero también es un lenguaje del valor y está íntimamente relacionado prácticamente con todos los aspectos que rodean la relación entre el trabajo, la familia y el tiempo. Es una manifestación concreta del valor que los demás le asignan a nuestro tiempo y a la energía vital, y también una manifestación del valor que le otorgamos a las “cosas” que podemos comprar. Gastar dinero equivale a intercambiar los resultados de los esfuerzos anteriores o a comprometer el tiempo futuro para tratar de mejorar la calidad de los momentos presentes y futuros, tanto para nosotros mismos como para los demás.

La sabiduría importa. Puesto que la vida es dinámica, el verdadero problema no está en el “equilibrio” sino en equilibrar. Es generar la capacidad para equilibrar, día tras día, en medio de las circunstancias específicas y cambiantes de nuestra vida. Por consiguiente, la sabiduría es vital no solamente para hacer planes a largo plazo y fijar metas, sino también en los “momentos decisivos” de todos los días, especialmente en esos momentos que ponen a prueba nuestra integridad, amplían nuestra conciencia, cuestionan nuestra manera de pensar, amenazan con desviarnos de nuestro camino o abren puertas hacia oportunidades imprevistas. Por tanto, no podemos “abstenernos” de decidir en los momentos decisivos. La indecisión es decisión. La vida avanza. Hay consecuencias. Tener el criterio para tomar decisiones acertadas todos los días es lo que nos da la capacidad constante de crear un equilibrio satisfactorio, entretejiendo el trabajo, la familia, el dinero y el tiempo.

Así, el desafío es lograr el éxito en esos cuatro aspectos de la vida: el trabajo, la familia, el tiempo y el dinero; y desarrollar la sabiduría para equilibrarlos de manera sinérgica en medio del calidoscopio de circunstancias cambiantes en las cuales nos movemos.

En vista del ritmo cada vez más acelerado de la vida, las consecuencias del desequilibrio en uno o más de estos aspectos esenciales son cada vez más severas. Si usted no tiene una probabilidad muy alta de ser empleado y no es bueno en su trabajo… si no tiene el carácter y la capacidad para ser buen cónyuge, padre, madre, hijo, hija, hermano o hermana… si lo agobian las deudas y siempre está en apuros económicos… si se siente bajo presión y como si nunca tuviera tiempo suficiente y nunca pudiera cumplir con las cosas importantes de la vida… todas esas cosas tendrán un impacto negativo grande y cada vez mayor sobre la calidad de su vida.

Pero la buena noticia, la noticia maravillosa, es que cuando se pone orden en el trabajo, la familia, el dinero y el tiempo y se logra un equilibrio entre ellos, no solamente se crea una sensación de idoneidad y realización en cada uno de estos aspectos sino que se produce una sinergia poderosa y una fuerza que lo impulsa hacia adelante cada vez con mayor energía y satisfacción. Estos elementos también transforman las dificultades cotidianas en una especie de “pesas de entrenamiento” que sirven para desarrollar sabiduría, carácter y capacidad para lograr el equilibrio en la vida.

Artículo publicado el 24 de Junio del 2007, en la Revista Paréntesis, del periódico El Carabobeño, sesión Clásicos Gerenciales.

JCCP-Paréntesis-Año VIII N° 354