Una vez, un hombre abatido fue a ver a un filósofo para pedirle consejo.

—Ayúdeme —exclamó. Estoy cansado de fracasar. Cualquier cosa que intento parece salirme mal al menos la mitad de las veces. ¿Qué debo hacer?

—Te diré qué has de hacer —respondió el filósofo—.

Ve a mirar la página 720 del Almanaque mundial. El hombre se fue a la biblioteca, buscó la página indicada y encontró una lista con las medias de bateo que los más grandes jugadores de béisbol habían alcanzado en toda su vida. A la cabeza de todos estaba Ty Cobb, el mayor bateador de todos los tiempos. Su media era de 0,367.

El hombre fue otra vez a ver al filósofo. —No lo entiendo —dijo. ¿Qué tiene que ver la media de bateo de Ty Cobb con mis fracasos?

Su media era de 0,367 —dijo el filósofo—. Una de cada tres veces que bateaba, bateaba la pelota. Pero dos de cada tres veces, no lo conseguía. Y era el más grande.

La vida no es sólo cuestión de ganar. En la vida, muchas veces se pierde. Es algo que nos sucede a todos una y otra vez. Y es ahí donde interviene la virtud de la perseverancia. Fallamos y fallamos hasta que, al fin, lo conseguimos. Siempre nos encontraremos con momentos desalentadores en los que querremos abandonar nuestra empresa. Pero la perseverancia es una voz en nuestro interior que dice: «Si no lo consigues a la primera, vuelve a intentarlo una y otra vez.» Escuchar a esa voz es importante cuando estamos madurando.

La perseverancia es tal vez una de las virtudes más subestimadas. Eso es porque cuando vemos a personas que «lo han conseguido», ya sean deportistas famosos, actrices u hombres de negocios, tendemos a explicarnos sus éxitos por su gran talento, por lo listos que son o por la suerte que han tenido. No pensamos en todos los comienzos fracasados, los rechazos humillantes, las horas de soledad que han sufrido antes de lograr finalmente su éxito. Recordamos a Thomas Edison como el brillante inventor de la bombilla eléctrica, el fonógrafo y muchos otros avances de los tiempos modernos. Nunca pensamos en todas las ideas que tuvo y no salieron bien. Aunque, claro, tampoco Edison pensaba en ello. Una vez, cuando un amigo lo estaba consolando tras muchos intentos fracasados de construir un acumulador de energía (pila o batería), Edison dijo: «No he fracasado. Sólo he descubierto un millar de formas que no funcionan.»

Él sabía lo que sabe la mayoría de las personas que ha triunfado: el talento y la habilidad, incluso la suerte, pueden llevarte muy lejos, pero la perseverancia te llevará todavía más allá. Aquellos que aprenden a no desistir suelen llegar muy lejos en la vida.

Desde luego, perseverar no es garantía de conseguir el premio que persigues. Puede que participes en todas las pruebas y aun así no ganes la final del campeonato. Puede que hagas todos los deberes del colegio y aun así no saques un sobresaliente en el examen. Pero serás una persona mejor y más fuerte. Estarás mucho mejor preparado para perseguir el siguiente premio, la siguiente meta.

Aunque al final consigas alcanzar tu objetivo, no habrás dejado atrás la etapa de los intentos. Vivir bien no es una meta sino un viaje. Es un viaje de esfuerzo, de búsqueda, de aprender de los errores y los fracasos, y de intentar ser mejor después de cada uno de ellos. De modo que te estableces un nuevo objetivo, más alto, y la perseverancia empieza de nuevo.

Contrario a la perseverancia, lo que más escucho en la calle, en los colegios, en las empresas, en muchos amigos, son dos palabras que deberían estar vetada para un mundo que exige más emprendiendo, originalidad y esfuerzo. Esas dos palabras son “No Puedo”. A esa expresión le regalo algo especial, para minimizar su efecto en el espíritu de muchos jóvenes,  hombres y mujeres de acción.

Las palabras no puedo son las preferidas de algunos jóvenes. Este poema es un fuerte argumento en su contra.

-Edgar Guest

No puedo es lo peor que jamás se ha pronunciado; hace más daño que la mentira y la calumnia. Por ello más de un espíritu ha sido destrozado, y por ello muere más de una intención buena.

Nace de labios inconscientes cada mañana y nos roba el valor necesario para el día. Al oírlo parece una advertencia acertada y ríe cuando nos derrota la apatía.

El no puedo es el padre de la ambición endeble, el padre del terror, del trabajo desganado. Merma el esfuerzo del artesano inteligente, y hace del trabajador un indolente vago.

Envenena el alma humana con una visión, ahoga más de un propósito recién nacido. Mira al trabajo honesto con abierta irrisión y se burla de las esperanzas de los niños.

No puedo debe pronunciarse con gran sonrojo; decirlo debería ser signo de vergüenza. Aplasta cada día la ambición y el arrojo; malogra el afán de un hombre y acorta su meta.

Márcalo con el mismo desprecio que al error; niégale el acomodo que busca en tu cabeza. Rehúyelo como rehuirías el terror, y algún día conseguirás todo cuanto sueñas.

No puedo es el enemigo de toda ambición, emboscado para destruir tu voluntad. Su víctima es siempre un hombre con una misión. Sólo desiste ante el valor y la habilidad.

Pues si lo dejas entrar te abate por completo; sea cual sea tu meta, no hay que abandonar, contesta siempre a ese demonio diciendo: “Puedo, Puedo y Puedo”.

Quiero finalizar, para terminar de rematar al “No puedo” con un poema, dedicado al poder de la voluntad, escrito por Ella Wheeler Wilcox, que dice:

“No hay hados, ni fatalidad, ni destino, que puedan estropear o controlar la determinación de un alma tenaz.

Sin voluntad, un don es algo baldío. Todo le abre camino, tarde o temprano. ¿Qué obstáculo resiste al fuerte caudal del río que con su curso busca el mar, o logra que el día detenga su paso?

Toda alma bien nacida ganar merece. Hablen los necios del azar.  Tiene suerte el que su pertinaz empeño no tuerce, el que cualquier acción o inacción emprende por su meta. Aun la Muerte se detiene por tamaña voluntad algunas veces”.

Los Poemas y algunos párrafos fueron pescados en el libro “Las virtudes de los jóvenes”, ese que tanto necesitamos en este país.