Las palabras tienen el poder de destruir y de sanar. Cuando las palabras son verdaderas y compasivas, pueden cambiar nuestro mundo…

Buda

Comparto una anécdota que le sucedió a Harriet Cooper, la cual nos deja una interesante enseñanza.

Ella estaba acostada en una mesa de masaje (como lo hacía todos los meses), cuando David, su terapeuta, toca una zona sensible en el hombro. Ella grita, y el terapeuta masajea con más cuidado, tratando de continuar con su trabajo. Lo hacía con mayor delicadeza, pero continuaban las molestias.

El terapeuta le comenta, “estás muy tensa esta semana”, mientras sus dedos trataban de deshacer un nudo muscular que se le había formado desde el cuello hasta el hombro. “¿Ocurre algo?”, le pregunta.

Ella responde: “¡Es abril!, el mes más cruel.

¿Cómo puede ser cruel Abril?, le comenta David, mientras masajea, detectando otro nudo muscular. Ella se vuelve a quejar, comentando “mis clases de la universidad están pésimas de complicadas. Paso horas y horas, estudiando y preparando material”.

David, continua masajeando, con más presión, encontrando otro nudo muscular, y por supuesto el quejido de turno. El terapeuta, le comenta a su paciente, que deje salir lo que le está produciendo consecuencias en su cuerpo. Todo lo que pensamos, tiene implicaciones, positivas o negativas en el cuerpo.

Ella suspira, profundamente, y le comenta a David: “Está bien, ya que pareces estar determinado a masajear tanto mi cuerpo como mi mente el día de hoy, te voy a decir lo que no me gusta de abril. Odio este mes por que cumplo año; me vuelvo un año más vieja y hay una vocecita que no deja de decirme que no he logrado nada este año; que no he bajado esos kilos de más; que no he terminado el libro que comencé hace dos años; que no he producido suficientes ideas nuevas en mi empresa. Continuó con varios “que no he…”, “que no he…”, “que no he…””.

Las manos de David se detienen.

¿Qué voz? ¿Quién te dice esas cosas? No puedo creer que permitas que te traten de esa manera.

Ella abre la boca, para decirle que tiene razón, que desde ahora no va a permitir que nadie la menosprecie. Entonces se da cuenta de que eso es precisamente lo que ha estado haciendo. La voz en mi cabeza es la mía, se dice así misma. He tomado todos mis miedos, mis inseguridades y mis decepciones y, literalmente, les he dado voz, que luego he utilizado en mi contra.

Soy YO, me dije en silencio. Me dirigí tanto a mí como a él. Soy YO, repetí en voz poco más fuerte. Y luego una tercera vez aún más fuerte.

David, continuaba masajeando los nudos de los hombros, a lo que respondió comentándole: “Entonces, ¿qué vas hacer al respecto?

He vivido con esa voz tanto tiempo que nunca se me había ocurrido que podía hacer algo al respecto. Empecé a comprender que tenía opciones. Decidí ejercer una de ellas.

Voy a decirle a la vocecita que se calle, haciendo una pausa, pensando en lo poderosa que es esa voz. Tal vez haya una opción todavía mejor. Haciendo énfasis dijo: No, no le voy a decir que se calle. Le voy a decir que hable más fuerte, sólo que voy a enseñarle a decir cosas positivas; a que me recuerde lo que he hecho y no lo que aún no hago.

Voy a pensar en mis compañeros de estudio a quienes les agrado, en los profesores que me piden consejo, por lo que hago en mi trabajo, en mi familia que valora las cosas favorables de mi personalidad. De pronto me doy cuenta de que esa vocecita tiene muchas cosas buenas que decirme, si se lo permito (y también muchas cosas negativas, si se lo permito).

Dice David: “¿Y que pasó con los kilos de más, las materias pesadas, y todo lo demás que te has propuesto y no haz alcanzado?”. Ella contesta: Ahora sé que lamentarme de mis fracasos no funciona, con ello no soluciono algo, es más no me deja comenzar con mis reparos.

El masaje continuaba, pero como cosa de magia, la tortura se había acabado. Ahora había placer y relajación. David terminaba su trabajo, comentando: “Te felicito, ¿Vez lo que ocurre cuando crees en ti?”.

¿Cómo estás alimentando esa vocecita, que todos escuchamos?…