Nunca es tarde para darle inteligencia a las emociones que gobiernan mi vida.

¿Sabías que todos estamos programados para ser felices?
Resulta que la felicidad es el estado natural del ser humano. Fíjate en los niños. Los niños son bendecidos con una alegría constante y un perpetuo asombro por el mundo alrededor de ellos. ¿Qué ocurre cuando un bebé tiene hambre o no se siente seguro? El bebé comienza a llorar porque desea regresar lo antes posible a su estado innato – la felicidad.

Nosotros no somos nada diferentes a los niños. Cuando no nos sentimos bien, deseamos regresar lo antes posible a un estado feliz. Como es lógico, los adultos no podemos empezar a gritar cada vez que algo nos molesta. Y no podemos esperar a que alguien corra a solucionar el problema. Ahí recae la diferencia principal entre un bebé y un adulto: mientras que los bebés son incapaces de solucionar sus propios problemas, los adultos no tenemos porqué sentirnos inútiles. Tenemos el control necesario para alcanzar nuestra propia felicidad. No necesitamos depender de nadie ni de nada para alcanzarla.

Ahí lo tienen: nuestro deseo de llegar a ser felices proviene del hecho de que la felicidad es nuestro estado natural. Algunas personas que lean esto no lo creerán. Y es porque ya han sido infelices por tanto tiempo que piensan que así es cómo están destinados a ser. Se han acostumbrado a ser infelices. Creen que ese es su estado natural, o peor aun, que es el estado natural de todo mundo. ¡Que equivocados están!

El poder de los pensamientos positivos.

La gente alegre no tiene que esforzarse por serlo. Han aprendido a mantenerse alejados de la infelicidad. Todo radica en su forma de ver la vida, ya que optan por enfocarse en lo positivo y no en lo negativo. En la vida hay circunstancias y luego hay nuestras reacciones a esas circunstancias.

Quizás no podamos cambiar los sucesos de nuestras vidas, pero si podemos cambiar nuestro punto de vista con respecto a esos sucesos. El Dalai Lama dijo una vez que el camino hacia la felicidad verdadera llega cuando en esta vida aprendemos a aceptar tanto las experiencias agradables como las desagradables. La mayoría de nosotros tendrá algún día un choque en la carretera o una avería en el automóvil cuando nos dirigimos hacia el trabajo o aun lugar importante. A nadie le agradará, pero no por eso tiene que arruinarnos la felicidad. A ti te toca decidir: Puedes enojarte y darle una patada al automóvil. Puedes gritarle al otro conductor.

Puedes empezar a preocuparte con: “¿Cómo voy a pagar el arreglo?”. Puedes imaginar consecuencias exageradas: “Me van a despedir por llegar tarde. No podré pagar la hipoteca. Voy a perder mi casa”. Y así sucesivamente. Eso es lo que hace la gente que obstaculiza su felicidad. La gente feliz acepta que algo malo ha sucedido, pero no deja que su tranquilidad y su estado de bienestar se arruinen. Si tienen un accidente, lo primero que hacen es asegurarse de que todas las personas implicadas se encuentren bien. Luego dicen: “El seguro se ocupará de todo. Tendré que ir al trabajo en autobús o pedirle a alguien que me lleve mientras me reparan el automóvil, pero ¡está bien! Gracias a Dios que nadie se lastimó”. A esto se le llama inteligencia emocional… Solo tú controlas tu punto de vista, entonces ¿Por qué permitir que eventos externos te lleven a renunciar a ese control propio?

Los beneficios de la felicidad.

La gente feliz suele ser más saludable que la infeliz. Por ejemplo, las investigaciones han demostrado que la gente alegre, más positiva y más optimista tiene mejor salud física, tiene mejor salud mental y disfruta de una vida más larga.

En un estudio, investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Kentucky le pidieron a un grupo de 180 monjas (entre los veinte y treinta años) que escribieran una autobiografía. Sesenta años más tarde, los investigadores examinaron las autobiografías y determinaron que las monjas que habían escrito las autobiografías más positivas –las que detallaban experiencias asociadas con la felicidad, la esperanza, el amor y los logros- vivieron como promedio diez años más que las demás. Ya que las monjas llevan una vida muy uniforme (practican la misma dieta, no fuman ni beben, pertenecen a la misma clase económica y comparten el mismo pasado matrimonial y reproductivo) los investigadores pudieron concluir que esos diez años adicionales de vida no se debían a que una monja practicara un estilo de vida más saludable que otra. Concluyeron que esos diez años se podían atribuir a la actitud positiva de las monjas felices.

Las investigaciones también han demostrado que la gente feliz tiene menos probabilidades de resfriarse que la gente deprimida o malhumorada. En un estudio de la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh, los científicos entrevistaron a 334 voluntarios sobre su estado emocional. Luego administraron a cada participante una dosis del virus del catarro. Cinco días más tarde, los científicos determinaron que todos los participantes tenían la misma posibilidad de contagiarse, pero los voluntarios positivos mostraban menos señales y síntomas de enfermedad.

Los investigadores concluyeron que las emociones positivas hicieron que estos voluntarios fuesen más resistentes al catarro común y señalaron que eso indicaba que una actitud positiva tiene mucho que ver con la efectividad de nuestro sistema inmunológico.

Cuanto más feliz, mejor.

Las personas felices gozan de una mejor calidad de vida que las que no lo son. Viven mejor. Disfrutan más. Tienen más amigos. Hasta creo que tienen más oportunidades. A la gente le gusta rodearse de gente feliz. ¿A ti no? ¿No hay una persona
en tu trabajo a quien te gusta saludar porque siempre te responde con una sonrisa amistosa? ¿No hay un amigo a quien todos invitan a las fiestas porque cuenta unas anécdotas fabulosas? ¿Qué opina la gente de cada uno de ellos? “¡Que alegre es!”

Las personas alegres tienen un círculo de amigos más amplio. Las invitan a salir. Conocen gente. Todos se acuerdan de ellas. Y cuando están buscando a alguien para llenar un puesto vacante en el trabajo, las llaman.

¿No te sientes mejor en la oficina cuando estás cerca de una persona alegre, que al lado de una que siempre se está quejando? El jefe opina lo mismo. Por eso, cuando un puesto más alto queda vacante, ¿A quién crees que piensa ascender? La gente feliz alegra a los demás. Tiene un brillo que ilumina a quienes se le acercan.

Sonríe y ríe más.

Haz una prueba. Cuando vayas hoy al mercado y te acerques a la cajera, sonríele amistosamente y dale los buenos días como si de verdad se lo desearas. No pronuncies palabras huecas. Dile con  entusiasmo:

“Buenos días!” Estoy segura que el 90% de las veces se le iluminará la cara. Quizá estuviera recostada sobre la caja, cansada y esperando el fin de su turno para irse a casa. Ahora tu sonrisa le dará energía. Te responderá con una sonrisa, no porque se sienta obligada, sino porque lo desea. La verdad es que ni hace falta que te devuelvan la sonrisa para que se te suba el animo. El simple hecho de sonreírte a ti mismo, sin tomar en cuenta de quién esté a tu alrededor, te hará sentir más feliz.

Has visto a gente hacerlo: una sirvienta doblando una sábana y sonriendo alegremente. Puede pensar: “Debe de estar enamorada”. Lo está, pero no necesariamente de alguien. Está enamorada de la vida. Sabe cómo alegrarse con los placeres simples. Sabe cómo disfrutar del aroma fresco que se desprende de una sábana limpia. En vez de preocuparse por todo lo que le queda por hacer, ya sea limpiar el suelo o cocinar, se queda absorta en el momento.