Los que perdonan son los que deciden y eligen perdonar. No hay nada automático, ni intencional en el perdón. Es una elección, un acto voluntario.

Los que eligen perdonar son los que deciden dejar atrás el resentimiento y el deseo de castigar. Tienen voluntad y disposición de renunciar a todo reclamo por la compensación de una ofensa. En realidad cancelan la deuda que sienten que otra persona tiene hacia ellos.

El perdón permite a la persona dejar ir la ira reprimida, el resentimiento, la amargura, la vergüenza,  el dolor, la culpa, el odio y toda otra emoción que se oculte en lo profundo del alma y enferme a la persona emocional y físicamente. Por lo general, el verdadero acto del perdón es catártico (de sanación, de descarga y purga emocional), y la persona entera se siente albergada por un manto de paz.

El perdón hace que se esfumen las capas de dolor y sana lo rudo y áspero del dolor emocional. Decir “te perdono” es como darse una ducha emocional. El perdón limpia y libera el alma aprisionada.

Muchas veces tenemos que dar el primer paso de perdón para iniciar el proceso. A veces tenemos que repetir la acción de perdonar cada vez que surge un nuevo conjunto de recuerdos dolorosos a la superficie. Pero siempre el perdón, comienza por uno.

Una de las razones por las que a muchas personas les cuesta perdonar es porque tienen un entendimiento falso, o un concepto confuso de lo que es el perdón. Permítame ser muy claro con respecto a lo que quiero decir, y no decir, cuando usan la palabra perdón.

El perdón no se basa en encontrar alguna cualidad redentora que haga que la persona merezca ser perdonada. Jamás podemos basar el perdón genuino en la “buena conducta” de alguien, como si compensara su anterior conducta dañina. El perdón es algo que se da dentro de usted y proviene únicamente de su deseo de perdonar, por el perdón mismo.

El perdón no requiere que la persona minimice la validez de su dolor, la cantidad de dolor que sufrió o la importancia de la experiencia dolorosa. Perdonar no significa que la persona diga: “no importa”, o “no fue tan malo lo que me hicieron”. No. Es decir: “Elijo, ya no aferrarme a este sentimiento de rencor o falta de perdón hacia quien me lastimó”. Decido liberarme del poder negativo de un acto del pasado, abrir la puerta de una cárcel invisible y salir a la libertad de decidir amar.

El perdón es un acto de fuerza. Algunas personas lo ven como debilidad. Nada está más lejos de la verdad. Hace falta poca fortaleza interior para albergar ira, resentimiento u odio. Pero hace falta mucho coraje para dejar de lado la ira y buscar la paz. Algunas de las personas más fuertes han hablado sobre la necesidad de perdonar. Mahatma Gandhi dijo: “El débil no puede perdonar jamás. El perdón es atributo de los fuertes”.

Para perdonar hace falta solamente una persona. Pero para la reconciliación se necesitan dos. Uno puede perdonar a alguien si el otro no perdona, pero la reconciliación siempre requerirá de la voluntad de dos partes.

El perdón abre la puerta del amor.

El perdón lleva a la capacidad de amar. Es virtualmente imposible amar a alguien contra quien sentimos rencor o con quien ha causado dolor emocional.

Un psiquiatra llamado George Ritchie escribió sobre los sobrevivientes de los campos de la Segunda Guerra Mundial. Aquí comparto lo que escribió sobre un hombre llamado Wild Hill:

“Wild era un prisionero de los campos de concentración. Sus ojos brillaban y su energía era infatigable. Como hablaba fluido inglés, francés, alemán, ruso y polaco, llegó a ser traductor no oficial en un campo de concentración.

Aunque Wild trabajaba entre 15 y 16 horas al día, no mostraba señales de fatiga. Cuando todos los demás caían rendidos, él parecía obtener nuevas fuerzas.

En sus conversaciones, su historia sobresalía entre sus compañeros. Él vivía en un sección judía de Varsovia. Tenía su esposa, dos hijas y tres varones. Cuando los alemanes llegaron a nuestra calle (narraba), nos pusieron a todos contra la pared y comenzaron a disparar. Rogué que se me permitiera morir con mi familia, pero porque hablaba alemán me separaron y me ubicaron en un grupo de trabajo.

Tenía que decidir en ese mismo momento, si iba a permitirme odiar a los soldados que habían perpetuado semejante acto de horror. Yo era abogado y en mi profesión había visto muchas veces lo que el odio puede hacerle a la mente y al cuerpo de las personas. El odio había matado a las seis personas que yo más amaba en el mundo. Decidí entonces que pasaría el resto de mi vida, así fueran unos días o muchos años, amando a toda persona con quien entrara en contacto”.

Fue ese el poder que había mantenido sano al hombre, frente a toda privación e indignidad. Las personas más sanas parecen ser esas almas generosas que ríen con facilidad, que olvidan pronto las cosas desagradables y que están dispuestas a perdonar rápidamente hasta las ofensas más duras. Esta cualidad, como la de los niños, les mantiene sin cargas emocionales y espirituales, y al fin redunda en beneficio de su salud física.

En cambio si elige no perdonar, sus emociones tóxicas, fatales, de resentimiento y odio envenenarán hasta su alma. Al no perdonar realmente, se está lastimando a sí mismo.

Hoooooy, a perdonar lo que tenga que perdonar. Elija al mes, el día del perdón y póngalo en práctica, por la eternidad.

 

Escribe en tu libro de mapa mentales los aprendizajes y compromisos que logras sacar de la lectura de este artículo.

Fuente: Emociones que matan, del Dr. Don Colbert